Nací en la llanura pampeana sin mar ni ríos y, como cualquier niña, me sentí atraída por los reinos secretos del agua. La primer imagen labrada en los primeros años de vida fue una estruendosa y gigantesca masa de agua cayendo en la usina del pueblo que me produjo una mezcla de vértigo y temor. Después disfruté del agua serena en las tardes de verano cuando baldeábamos el patio o la vereda, y también de las incesantes y ruidosas goteras cayendo en las ollas en nuestra habitación durante una tempestad. No mucho más, ni siquiera tenía bañera la casa de mis abuelos maternos donde nací, aunque recuerdo algunos juegos muy poco espaciosos en el fuentón de lata donde mi madre nos bañaba.
Nadie me habló del mar y mi abuelo murió muy anciano sin conocerlo. «No siento curiosidad» dijo. Tal vez el destino quiso compensar con el otro abuelo, el paterno, que cruzó el Océano desde Torino a principios del siglo pasado.
Nos conocimos, finalmente el mar y yo, cuando era adolescente y no fue una gran sorpresa… lo había visto en demasiadas películas.
El asombro y el impacto llegaron fortuitamente un verano en Punta del Este. Me habían contratado para cantar en La Fusa de la Parada 10 y la ciudad no era en el 72 lo que es ahora. No había rascacielos, las playas eran solitarias y éramos un pequeño grupo de artistas los que allí trabajábamos entonces: Horacio Molina, Les Luthiers, Marikena Monti y Mercedes Sosa, con quién realizábamos largas caminatas lejos del mar, «este aire te come la voz, no debemos estar cerca de él», me decía.
Y fue entonces cuando Carlos Núñez me enseñó a bucear y me inoculó para siempre la ansiedad por sumergirme y espiar ese mundo de aguas vivas y lobos, de cangrejos y delfines, de pulpos y caballitos de mar.
Mi trabajo me llevó al Caribe o al Mediterráneo varias veces y siempre me arrulló la ilusión de reencontrarme con este elemento que le es asignado a una canceriana de ley.
Ahora veo a mi nieto perderse en la inmensidad de sus playas y le deseo a su vida los más bellos descubrimientos, mojados con la más intensa solidaridad por la naturaleza y los seres humanos.
¿Se acordarán de mí los pececitos que amé?
Pronta a visitar la cadena de corales en la isla de Cayo Largo en Cuba.
Nadando con delfines en las Islas del Rosario, a dos horas de lancha de Cartagena de Indias.
¡Hermoso! Yo…¡glup … glup!
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