La Nación
24 Noviembre 2000
CECILIA ROSSETTO, CON LA VALIJA HECHA
Se presentará en Uruguay y en Cuba, y de allí irá a Europa, donde tendrá mucho trabajo
Arrasadora como un torbellino, nuestra show woman del Sur se apresta a dejar las tablas argentinas, donde estuvo causando estragos entre una platea sorprendida, conmovida o seducida por su voz, sus gestos, sus movimientos, su apasionada entrega.
Será mañana, a las 22, en La Casona del Teatro, Corrientes 1975, donde la cantante y actriz Cecilia Rossetto se despedirá del público argentino junto al quinteto que, presidido por Alejandro Bruschini en bandoneón, integran Julio Graña en violín, Sergio Balderravano en piano, César Angeleri en guitarra y Marcos Ruffo en contrabajo.
A ellos se sumará, como invitado especial, el pianista Freddy Vaccarezza (ex director musical del espectáculo «Mortadela», premiado con el Moliére)
Al día siguiente Cecilia partirá a Montevideo, donde la esperan con los brazos abiertos, para después emprender viaje el 10 de diciembre rumbo a Cuba.
En enero la espera, en París, el compositor Claude Michel Schonberg para proponerle nuevos pasos en su meteórica carrera en el extranjero. El derrotero de Cecilia se prolongará en 2001 en ciudades de Colombia y en Barcelona, su segundo amor, después de Buenos Aires.
«Me siento muy cómoda en Europa. Allá no me preguntan de dónde soy para ofrecerme contratos y aplausos», dice Cecilia, con un velado desencanto por este país, donde artistas y gente del mundo cultural parecen ilustres desconocidos.
-¿Quién nació primero, la actriz o la cantante?
-A esta altura, las dos están mezcladas, como los glóbulos rojos y blancos. No sé si cabe dar prioridad a una sobre otra. Creo que primero apareció en mí la vocación de cantar. Tengo una grabación de un vals que cantaba a los siete años. Lo registró mi maestra de segundo grado. Ella -que era pianista- me invitaba a su casa y me convidaba mate cocido con cuernitos a cambio de que le cantara un par de tangos a Carlos, su marido. A los diez me hicieron cantar por televisión. Creo que fue en Canal 9. Allí elegí la canción brasileña «La noche de mi amor». Y yo -que era una zorra que percibía todo- oí que un tipo le decía a otro: «Escuchá la voz sensual de esta nenita; parece una mina». Yo era mezzo, cuando me invitaban en los coros; incluso canté como solista en un coro de Coca-Cola.
-Esta voz ronca tuya, ¿es por problemas de emisión?
-Mi voz hablada fue siempre disfónica. Cuando elegían voces para los coros escolares en la primaria me escuchaban hablar y me decían: «Vos no, nena: es para el coro». A partir de ahí tuve vaticinios espantosos, catastróficos. Todos me querían operar. Usted, señorita, con esa voz no puede ser maestra; usted no puede ser actriz. A los diecinueve años pude desentrañar la problemática gracias a los buenos consejos de Mercedes Sosa y Ana Inchausti. Ellas me enviaron a ver a un médico especialista en cuerdas vocales, el doctor Félix Benenti, un genio. El descubrió lo que sucedía. «Tiene hipotonía», me dijo. Y me explicó que era falta de tensión muscular. «Pero tenés unas cuerdas perfectas, de fisioculturista. No te preocupes para nada», me dijo. Mamá habla igual que yo. ¿Qué pasaba? Que papá -campeón de ajedrez- venía tarde a casa y dormía de día. Entonces, de mañana hablábamos sin sonido para que él descansara. Pero esta práctica no me afectó la voz cantada, en la que tengo una impostación natural. Todo esto es divertido para disfrutarlo con la gente, que se sorprende con el poderío de mi voz. Creeme que es un gran esfuerzo no hablar como hablo.
Desde la cocina
-Fue tu ámbito familiar el que te facilitó lanzarte al canto…
-Tanto que los primeros mangos los gané como cantante. En casa había escuchado ópera. Mi abuelo era biógrafo de Verdi y crítico de música. Por eso me hacían cantar en italiano, «Una furtiva lágrima», canzonetas… Pero mi espectro era amplio. Me la pasaba buscando letras en revistitas. De boleros, rancheras, litoraleñas. Y cantaba detrás del voile de la cocina para las reuniones familiares. Respiraba, cerraba los ojos… Ellos se sorprendían.
-Empezaba a mostrarse tu capacidad histriónica…
-No sabía que la tenía. Sabía, eso sí, que me adaptaba perfectamente a todo el cancionero. Cantando cosas españolas era española; cosas mexicanas, era mexicana… Esto me ha dado mucho de comer por el mundo. En «Mortadela», allá en París, cantaba catorce temas. Uno era en griego. Pero para esto busqué a un griego que me enseñara bien la fonética. De allí que, después de mi actuación, vino a buscarme un manager pensando que yo era griega.
-Cantar, cantar ¿desde cuándo?
-Yo tenía veinte años cuando Horacio Molina me escuchó cantar. Yo era rubia y tenía el pelo hasta la cintura. Bueno… era medio impresionante. Me llevó a Punta del Este, donde compartía cartel con Les Luthiers y Mercedes Sosa. Yo cantaba boleros. Temas que hacían Olga Guillot, Elvira Ríos, Ortiz Tirado, José Mojica… Allí me escuchó la dueña de La Fusa y me ofreció cantar en ese local. Me puse un vestido hecho por la actriz española Amparo López Baeza, que destacaba mi anatomía. Tuve muchos pretendientes entonces. De algún modo estaba volviendo a ese Uruguay donde en las vacaciones íbamos a los restaurantes donde me invitaban a cantar y por eso no nos cobraban. Así éramos muy felices con mi familia.Bueno. De la Fusa pasé de lleno al teatro San Martín a partir de 1969. Yo ya me había recibido en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y empezaba una vida paralela como actriz. Pero jamás me planteé opciones entre el canto y la actuación. Eso fue cosa de otros, no mía. Con esto he desvelado al periodismo. ¿Cómica o dramática? ¿Fea o atractiva vedette? ¿Actriz o cantante?
La tempestuosa, la volcánica, la sugestiva Cecilia Rossetto, se despide de esta difícil Buenos Aires para recibir los halagos sin reticencias que se le prodigan allende el Río de la Plata.
Es probable que en estos viajes recoja, una vez más, los laureles a los que se hace acreedora por su talento.
Muchos años de éxitos
El bagaje de Cecilia Rossetto es voluminoso. Desde «Juan Moreira Super Show», «Polvo de estrellas» y «Abajo Gasalla», en la primera mitad de los años setenta, hasta este «Rojo tango», del que se despide este sábado, la vida artística de la actriz-cantante ha estado llena de satisfacciones. Sus triunfos se consolidan a partir de la música que le escribe, desde 1976, el pianista y compositor Pablo Ziegler.
Como uno de sus más aplaudidos show se recuerda «In Concherto» al despuntar los años 90. Luego llegaría en 1992 «Mortadela», en París, con dirección de Alfredo Arias; en 1993 -repuesto en 1998 y el año pasado–«Buenos Aires me mata»;»Dame un beso, a mediados de los 90; «Bola de Nieve» en el 97, a los que cabe agregar su labor como la muerte en «Mein Kampf», que aquí dirigió Jorge Lavelli.