La Nación
29 Mayo 1997
ROSSETTO, TOCADA POR EL SON CUBANO
Nuestra opinión: Muy buena. «Bola de nieve», de Oscar Balducci, Cecilia Rossetto y Patricia Zangaro.
Intérpretes: Cecilia Rossetto, Bárbaro Marín, Carmen Ruiz, Esther Fellove, Regla M. Cumbá, Diko Céspedes, Luis Lugo (piano), Aguedo Pedroso (percusión), Amado Dedeu (percusión). Música y dirección general: Oscar Cardozo Ocampo. Escenografía y vestuario: Graciela Galán. Coreografía: Doris Petroni y Susana Nova. Iluminación: Ariel del Mastro. Producción: Gabriel Hochbaum y Fabio Aisenberg. Dirección: Cecilia Rossetto. Duración: 100 minutos. En el Metropolitan.
VVolver a disfrutar de los ritmos cubanos es un placer poco frecuente en los escenarios porteños. Por eso, una invitación titular que evoca a Ignacio Villa, conocido artísticamente como Bola de Nieve, se viste con el color y el sonido caribeños y remite al depósito de la memoria para rescatar un timbre de voz o melodías conocidas que aún resuenan en el oído. El diseño dramático que utiliza Cecilia Rossetto para esta propuesta tiene un punto de partida muy claro: presentar a una mujer común, abatida por los sinsabores sentimentales de una vida sin amor, que desea escaparse de su realidad. Para alcanzar ese objetivo, organiza un viaje a Cuba, país al que ve como una llave a la ensoñación, como un acercamiento a un poco de felicidad.
En esta línea se apoya todo el humor, permitiéndole a la actriz lucir su histrionismo y desplegar sus condiciones para la comicidad.
La segunda línea es la evocación sobre todo de las melodías cubanas, con la presentación de músicos nativos de extraordinarias dotes artísticas. De eso da testimonio la interpretación de Luis Lugo al piano, quien delata a través de la técnica una rigurosa formación académica.
El ritmo que surge de las manos y el movimiento acompasado de los cuerpos de los artistas cubanos se vuelcan sobre el escenario al son de la percusión de Aquedo Pedroso y Amado Dedeu. Allí están Carmen Ruiz, Esther Fellove y Regla M. Cumbá, con sus bailes y sus voces, a las que se suma Rossetto para demostrar su potentes condiciones canoras.
Pero en el desarrollo de las escenas, estas dos líneas no llegan a conjugarse en una sola. Se van sumando situaciones, con la actuación de Bárbaro Marín, hasta llegar al homenaje a Bola de Nieve y se olvida, dentro del esquema, del drama de esta mujer que después de haber encontrado lo más parecido a la felicidad, debe volver a su agobiante rutina porteña.
Se pierde un poco el humor, pero se ganan los compases de las rumbas, las congas y los mambos y ese acento tan particular para decir las canciones de Silvio Rodríguez, los versos de Nicolás Guillén, definiéndose estas instancias como el atractivo más fuerte del espectáculo, desplegado en una sobria y efectiva escenografía y enriquecido por un eficiente diseño lumínico.
A esto, se suma «eso otro» tan difícil de definir, que flota en el aire, que brilla en los ojos, que invade el cuerpo y que se reconoce en la piel cuando la sangre (de los espectadores), contagiada de sonido y color, empieza a palpitar al son de los timbales.