Este encierro me sigue descubriendo historias que podrían haber sido y no fueron.
En una caja encontré cartas de fans de Colombia, Chile, Cuba o de distintos sitios de España, cartas llenas de ternura y soledades de décadas atrás, y las releí casi todas (digo que las releí pero ni siquiera sé si alguna vez las habría leído).
Me pregunté en qué remolino de mi vida me hallaría y por qué no le envié una señal a esa gente, una respuesta, un agradecimiento por la molestia… me disculpo pensando que no era fácil en esa época, ya saben, buscar papel, sobre, ir al correo… y, entonces, con entusiasmo pienso que tal vez aún esté a tiempo de reparar esos descuidos pues varias de esas personas escribieron su teléfono… ¡ay, qué culpa me invade! ¿habrán soñado con un llamado mío? ¿Y si lo hago ahora mismo…? imagino el diálogo…
«Hola, señora, mi nombre es Cecilia Rossetto y quería saludarla… ¿Por qué asunto es?… Sólo por saludarla, verá yo soy actriz y hace veinte años actué en su ciudad, ahí en Alcalá de Henares y se ve que Ud disfrutó de mi obra de teatro porque me escribió una esquela muy bonita… ¿Que yo le escribí? ¿Y quién dijo Ud que es? Le comunico que estoy en cama, soy muy mayor y no puedo ir al teatro, le agradezco. Adiós!… Pe, pe, pero…
¡Parece que logro liberarme de las culpas fácilmente!
(Tarjeta de Alberto Migré, el incomparable ídolo de los teleteatros. Hay un teléfono y nunca llamé… ay)
¡Qué pena que no dice el año, pero es preciosa y generosa! Una sola vez compartimos un encuentro en Argentores.